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Jueves, mientras los ciudadanos se agolpan en las filas bancarias, el metro
atestado cierra violento sus puertas dejando para el próximo tren a
quienes en vano intentaban subir; las ciudadanas atrasadas conducen serpenteantes
entre interminables hileras de lentos automóviles, cruzando media ciudad
para recoger hijos hambrientos en colegios absurdamente lejanos… yo
siento mi primera picada.
Así propuso Hugo, uno de mis compañeros de pesca que comenzara
este relato, como un reconocimiento a nuestra elección de ganarle
un par de días a la vida y partir en mitad de semana, a buscarle
por las playas del norte, ya que la casa, las deudas y los problemas van
a estar donde mismo cuando volvamos. Mientras conduzco por la panamericana
pienso en la sabiduría de nuestro acompañante que, no obstante
ser a veces un animal, ha realizado en su vida algunas elecciones para
muchos envidiables.
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